Los esposos Julio Córtez y Mónica Ortiz estaban ubicados
en la Costa ecuatoriana en el balneario de Ayangue con un fin de semana por
delante, se encontraban desayunando, pensando en los lugares que verían en la
famosa Ruta de la Spondylus. El paisaje de la provincia de Santa Elena, conocer
las maravillosas playas de Manabí, y el famoso Parque Nacional Machalilla,
impulsó a esta amorosa pareja en este viaje por nuevos paisajes y actividades.
Mónica Ortiz investigando por internet se asesoró de la
ruta haciendo uso del GPS, donde le indicaba el camino, las atracciones,
hospedajes, restaurantes, lo extensa de las playas, pero entre tanta
información que aparecía de la provincia verde, una pequeña Isla llamó su
atención, Salango, se encontraba a solo 60Km, 1 hora y 40 minutos de Ayangue,
pero para poder llegar, la primera parada del viaje tenía que ser Puerto López.
Después de pasar por Valdivia, Manglaralto, Montañita,
Olón, La Entrada, Ayampe, Las Tunas, llegaron a Puerto López, en donde apenas
parquearon su vehículo, varios capitanes de embarcaciones, con fotos en mano,
se acercaban a promocionar los recorridos; avistamiento de aves, especies
marinas, rocas gigantescas que por los golpes de las olas tomaban formas de
animales, paseos en kayak, snorkel y por último la Isla Salango con sus playas
de arena blanca para refrescarse después del paseo.
Se decidieron por una embarcación que también ofrecía
refrigerios y su capitán Don Justo los convenció por su amabilidad y atención.
Ya a bordo, se encontraron con dos parejas más, unos argentinos, Bruno y
Luciana, que se hospedaban en Montañita
y los norteamericanos, Dayla y Michael que visitaban por primera vez
Ecuador y decidieron aventurar.
Primero tenían que pasar por capitanía del puerto con las
formalidades del caso, datos de quiénes viajaban y sus documentos, cabe
recalcar que esta pequeña edificación flotante es una de las pocas en Ecuador
que tiene una máquina para quitar la salinidad del agua de mar y purificarla
para tener agua potable todo el tiempo.
Una vez terminados los papeleos de oficio, se dirigieron
a la primera parada, rocas gigantescas, donde aves de toda clase armaban sus
nidos, vieron piqueros de patas azules, fragatas, garzas rosas, y continuando
entre el vaivén de las olas que golpeaban la embarcación, muy cerca divisaron
una tortuga verde que nadaba en la superficie, sobre la izquierda, playas de
arena blanca y a su derecha la infinidad del océano.
Poco a poco veían cómo la isla se acercaba, con la
intriga de qué verían, algunos preguntaron si era seguro nadar ahí, porque era
mar abierto y temían a los tiburones, Don Justo sonrío y comentó que en sus
años en el mar no había sido testigo de algún ataque de ese tipo, pero que sí iban
a ver peces de colores, cuevas submarinas, y si tenían suerte delfines, también
advirtió que no tocaran ningún animal, refiriéndose a los peces globos,
medusas, morenas ya que estos eran las especies que debían temer, y que en el
cruce a la playa tengan cuidado con las rayas y sus aguijones porque su veneno
era “inconoso” y muy doloroso.
Llegaba el atardecer y el regreso a las playas del Puerto
López, una vivencia más pero con las ganas volver. ¡Sin duda no hay que esperar
que te lo cuenten es mejor vivirlo!
Por: Pedro Moncayo Asencio
Por: Pedro Moncayo Asencio
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