viernes, 22 de noviembre de 2013

La Troncal: una degustación de paisaje y gastronomía a solo 50 minutos

Río Cochancay
La idea de un viaje en familia de ida y regreso un domingo para muchos sonará absurdo, la mayoría piensa que si no es a la playa para qué salir de casa, pero una travesía, la curiosidad, y el simple gusto  de recorrer las vías del  Ecuador y observar lo esplendoroso de sus paisajes, impulsó a la familia Moncayo Morales a recorrer 66 km en la ruta E40.  Durante 55 minutos exactos hasta llegar al cantón La Troncal, provincia de Cañar.
Como punto de partida la familia Moncayo se dirigió a la casa de Don Óscar Duque, donde  de poco a poco llegaba cada integrante de esta aventura, familiares o amigos, quiénes se habían apuntado a esta expedición, muchos con incertidumbre del lugar que se iba a escoger, empezaron a buscar en google maps, pero la decisión ya estaba tomada.
El inicio fue en el norte de la ciudad (Guayacanes), cada familia llevó su auto y los que llegaron en bus se acomodaron donde pudieron, incomodando a más de uno, pero con la alegría de la experiencia de un viaje en familia. La ruta a seguir fue la Autopista “Terminal Terrestre Pascuales”que los llevaba directo al puente de la Unidad Nacional.

El reloj marcaba las 9 de la mañana y ya asomaban los primeros panoramas con la verdosa vegetación, árboles de mango y los cultivos de arroz,una ligera llovizna dificultaba la visión que evitaba apreciar en su máxima visibilidad el paisaje. Cada familia llevó una buena dotación de alimentos para los pequeños, sin embargo más de una vez paraban para disfrutar de los manjares que se presentaban en el camino, frutas, el tradicional “Come y Bebe”, tortillas de maíz.

Llegaron a la parada final, La Troncal, el río Cochancay con una temperatura no muy agradable para los costeños, agua fría y como caracteriza a los ríos de la sierra de piedras redondas, corrientoso y por las lluvias de aguas turbias debido al lodo que desciende de las montañas, los menores de la familia fueron los  primeros en bajarse despreocupados de la llovizna, del lodo y de lo resbaloso de las piedras, cuando se dieron cuenta ya más tranquilos y con asientos en mano,se instalaron en la orilla y asimilaron lo que otorgaba la naturaleza, acompañados por unas deliciosas empanadas y el popular maduro con queso que se expendían en los quioscos cerca del lugar.
La tranquilidad, escuchar el fluir del agua y sus golpes sobre la rocas hizo que intrépidos bajen y con agua en las pantorrillas se laven las manos como saludando la vertiente helada. Además colonos de la zona se acercaron con la amabilidad del caso para hacerles saber que aunque la causal del rio estaba serena había que tener cuidado de resbalarse pues más adelante el río era peligroso y sus corrientes habían cobrado ya varios susto entre colonos y visitantes.
La aventura se complementó y dio carta abierta a la diversión cuando los niños gritaron ¡Oro!  Apresurados toda la familia corrió a la orilla del río y otros incrédulos se reían, pero era verdad pequeños partículas de oro se denotaban entre la arena y al introducir las manos en el agua lo extraían del fondo mezclado con pequeñas rocas, un vendedor de maduro lampreado aseveró dicha observación, comentando que hace muchos años se explotaban las minas pero poco a poco la extracción en la zona se ha ido perdiendo.
Ruta este 40 vía a La Troncal
Lo que antes fue llovizna, se convirtió en un sol radiante mientras llegaba la tarde, y con el aroma de delicias en el aire, todos estaban dispuestos a querer degustar de la gastronomía. Piqueos como maduro con queso, chuzos, papa rellena hasta el fabuloso asado de costilla de res, de cerdo y las carnes ahumadas que después de asarse lleva un gusto jamonado y exquisito a cualquier paladar.

Son muchos más los atractivos y recuerdos que se pueden llevar de La troncal. Las ofertas turísticas, la sencillez del colono, su impulso por mejorar, contemplar  la cordillera, fauna y flora de la región  y sobre todo un domingo en familia espectacular a solo 50 minutos de nuestra hermosa ciudad de Guayaquil. 


Por: Pedro Moncayo Asencio

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