Entre polvosos diplomas
encuadrados colgando de una pared de plywood con decenas de medallas, y trofeos
sobre el piso, está Franklin Parrales Castro, un atleta que inició por la
perseverancia de salvar su vida.
Con una pantaloneta corta,
bividí, zapatos de atleta, y unas gafas oscuras que ocultan sus ojos, este
hombre de venas y músculos pronunciados, explica cómo se inició en la vida de
las corridas.
“Si no hubiera sido por
el atletismo me habría colgado de una soga o me habría mandado un tiro en la
cabeza”, expresa al momento de recordar que su carrera inició luego de una
ruptura amorosa. Hoy en día representa a la Policía Nacional.
En una esquina de la amplia
Unidad de Vigilancia Norte, de la ciudadela La Florida, está la humilde morada
de Franklin. Conformada por unas paredes de malla metálica y plywood donde
reposan sus pertenencias más preciadas -las medallas y trofeos de las
diferentes carreras en las que ha participado-, Parrales cuenta acerca de su
doble vida.
Es que no solo se dedica a
correr en extensas maratones sino también al oficio de las tijeras que cortan tela
según las señales que raya con tiza; la sastrería, la que dio origen a que
habitara junto a un escuadrón de policías desde hace 6 años.
“’Correlón’ ha sido nuestro
sastre desde que pertenecemos a este cuartel. Él nos atiende a cualquier hora
de día y cualquier día de la semana”, señala Antonio Guerra, uno de sus
clientes.
Asimismo, enfatiza Carlos
Bueno, quien además señala que Franklin no solo es sus sastre sino el de su
familia. “Aquí vienen mi esposa, mis hijos y todos mis conocidos que necesiten
una mano de este querido personaje del cuartel”, expresa.
En su pequeño taller y también
hogar, que a la entrada se halla un cartel con el nombre: “Sastrería El
Correlón”, por el sobrenombre que le han puesto sus clientes, está la vetusta
máquina de coser, que por años lo ha acompañado en cada remendada que le da a
los trajes de los uniformados.
Sus hilos, agujas y tizas
tiradas en una pequeña mesa junto a los uniformes de la institución,
muestran la labor de un sastre que llegó hace 29 años a formar parte de ella,
luego de que realizara una denuncia. “Desde ese día me hice amigo de los
policías y ellos me buscaban para que les arreglara sus trajes”, afirma.
Para seguir contando toma
asiento a un lado de los valiosos testigos de sus competencias: los cuadros de
honores y diplomas encuadrados, sin antes no dejar de explicar cada uno de sus
triunfos.
Folletos, revistas deportivas y
recortes de prensa donde el principal protagonista es Franklin, también están
añadidos a las paredes de su pequeña pieza, como si se tratara de un museo.
Precisamente eso es lo que
desea al finalizar su carrera de atletismo, que la Policía Nacional muestre a
la ciudadanía todos los logros que ha obtenido en las casi 3 décadas de
carrera. “Quiero que esto quede como una reliquia”, dice.
Sentado en medio de sus
conquistas Franklin cuenta que es apoyado por la Policía en cuanto a
vestimenta, pasajes y comida al momento de viajar para sus carreras, las cuales
hasta ahora han sido más de 500, según expresa.
“He corrido en todo, en carrera
corta, media maratón y maratón, que es una carrera de fondo”, asevera.
Enseguida cambia su bividí por
una estampada con la frase: “Policía Nacional Atleta”, demostrando que es un
fiel deportista en representación de la institución, que lo ha llevado incluso
fuera de país. Competir en Perú, Colombia y Venezuela han sido las experiencias
más gratas de su vida.
Asimismo relata sus anécdotas
buenas y malas, como la de un 31 de diciembre cuando se quedó encerrado en el
Municipio de Naranjal y fue rescatado a las 4 horas. También aquella vez que se
perdió en el Cerro Blanco, hace 6 años. En ese instante Franklin saca una
hilera de albúmenes fotográficos.
Retirando un poco el polvo que
le provocan algunos estornudos, él muestra cada una de sus fotografías donde se
lo ve corriendo por extensas carreteras, recibiendo premios y con algunas
celebridades, mostrando que en pocas está con su familia, pues desde hace más
de 50 años se vino de su lugar natal, el recinto Naranjal, perteneciente al
cantón manabita de Jipijapa.
Huérfano de padre y madre,
Franklin, muy pequeño llegó a Guayaquil en busca de un mejor futuro, dejando a
un lado la vida de agricultor.
Laboró de camarero y hasta
‘pelapapas’, dice entre risas, para luego conocer a un gran amigo, llamado
Miguel Ramos, de quien actualmente no sabe si vive o muere.
Él le enseñó el arte de la
sastrería, manifiesta Franklin, cuestión que agradece infinitamente cada día,
ya que de esa manera ha logrado sobrevivir, remendando las costuras de los
uniformes, no solo de la Policía sino también de los grupos especiales, como
GOE y GIR.
Finalmente
se levanta de la comodidad de su sillón para recorrer por en medio de sus
trofeos de casi medio metro, diciendo que hubiera sido mejor si se iniciaba en
el atletismo más joven”. Si hubiera empezado desde muchacho hoy sería un
Rolando Vera o un Jefferson Pérez”, enfatiza.
Por: Cinthia Herrera
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