viernes, 31 de enero de 2014

‘Correlón’ y sastre a la medida...

Entre polvosos diplomas encuadrados colgando de una pared de plywood con decenas de medallas, y trofeos sobre el piso, está Franklin Parrales Castro, un atleta que inició por la perseverancia de salvar su vida.

Con una pantaloneta corta, bividí, zapatos de atleta, y unas gafas oscuras que ocultan sus ojos, este hombre de venas y músculos pronunciados, explica cómo se inició en la vida de las corridas.
 “Si no hubiera sido por el atletismo me habría colgado de una soga o me habría mandado un tiro en la cabeza”, expresa al momento de recordar que su carrera inició luego de una ruptura amorosa. Hoy en día representa a la Policía Nacional.
En una esquina de la amplia Unidad de Vigilancia Norte, de la ciudadela La Florida, está la humilde morada de Franklin. Conformada por unas paredes de malla metálica y plywood donde reposan sus  pertenencias más preciadas -las medallas y trofeos de las diferentes carreras en las que ha participado-, Parrales cuenta acerca de su doble vida.
Es que no solo se dedica a correr en extensas maratones sino también al oficio de las tijeras que cortan tela según las señales que raya con tiza; la sastrería, la que dio origen a que habitara junto a un escuadrón de policías desde hace 6 años.
“’Correlón’ ha sido nuestro sastre desde que pertenecemos a este cuartel. Él nos atiende a cualquier hora de día y cualquier día de la semana”, señala Antonio Guerra, uno de sus clientes.
Asimismo, enfatiza Carlos Bueno, quien además señala que Franklin no solo es sus sastre sino el de su familia. “Aquí vienen mi esposa, mis hijos y todos mis conocidos que necesiten una mano de este querido personaje del cuartel”, expresa.
En su pequeño taller y también hogar, que a la entrada se halla un cartel con el nombre: “Sastrería El Correlón”, por el sobrenombre que le han puesto sus clientes, está la vetusta máquina de coser, que por años lo ha acompañado en cada remendada que le da a los trajes de los uniformados.  
Sus hilos, agujas y tizas tiradas en una pequeña mesa junto a los uniformes de la institución,  muestran la labor de un sastre que llegó hace 29 años a formar parte de ella, luego de que realizara una denuncia. “Desde ese día me hice amigo de los policías y ellos me buscaban para que les arreglara sus trajes”, afirma.
Para seguir contando toma asiento a un lado de los valiosos testigos de sus competencias: los cuadros de honores y diplomas encuadrados, sin antes no dejar de explicar cada uno de sus triunfos.
Folletos, revistas deportivas y recortes de prensa donde el principal protagonista es Franklin, también están añadidos a las paredes de su pequeña pieza, como si se tratara de un museo.
Precisamente eso es lo que desea al finalizar su carrera de atletismo, que la Policía Nacional muestre a la ciudadanía todos los logros que ha obtenido en las casi 3 décadas de carrera. “Quiero que esto quede como una reliquia”, dice.
Sentado en medio de sus conquistas  Franklin cuenta que es apoyado por la Policía en cuanto a vestimenta, pasajes y comida al momento de viajar para sus carreras, las cuales hasta ahora han sido más de 500, según expresa.
“He corrido en todo, en carrera corta, media maratón y maratón, que es una carrera de fondo”, asevera.
Enseguida cambia su bividí por una estampada con la frase: “Policía Nacional Atleta”, demostrando que es un fiel deportista en representación de la institución, que lo ha llevado incluso fuera de país. Competir en Perú, Colombia y Venezuela han sido las experiencias más gratas de su vida.
Asimismo relata sus anécdotas buenas y malas, como la de un 31 de diciembre cuando se quedó encerrado en el Municipio de Naranjal y fue rescatado a las 4 horas. También aquella vez que se perdió en el Cerro Blanco, hace  6 años. En ese instante Franklin saca una hilera de albúmenes fotográficos.
Retirando un poco el polvo que le provocan algunos estornudos, él muestra cada una de sus fotografías donde se lo ve corriendo por extensas carreteras, recibiendo premios y con algunas celebridades, mostrando que en pocas está con su familia, pues desde hace más de 50 años se vino de su lugar natal, el recinto Naranjal, perteneciente al cantón manabita de Jipijapa.
Huérfano de padre y madre, Franklin, muy pequeño llegó a Guayaquil en busca de un mejor futuro, dejando a un lado la vida de agricultor.
Laboró de camarero y hasta ‘pelapapas’, dice entre risas, para luego conocer a un gran amigo, llamado Miguel Ramos, de quien actualmente no sabe si vive o muere.
Él le enseñó el arte de la sastrería, manifiesta Franklin, cuestión que agradece infinitamente cada día, ya que de esa manera ha logrado sobrevivir, remendando las costuras de los uniformes, no solo de la Policía sino también de los grupos especiales, como GOE y GIR.

Finalmente se levanta de la comodidad de su sillón para recorrer por en medio de sus trofeos de casi medio metro, diciendo que hubiera sido mejor si se iniciaba en el atletismo más joven”. Si hubiera empezado desde muchacho hoy sería un Rolando Vera o un Jefferson Pérez”, enfatiza.





Por: Cinthia Herrera

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