jueves, 12 de diciembre de 2013

Don Pedro refresca el calor guayaquileño

Desde hace 37 años vende refrescos y pasteles en un improvisado puesto bajo la sombra de unos árboles
Sus frescos en botellas de una reconocida marca de gaseosa, su raspahielo y un pedazo de hielo en un saco de yute, que está sobre un muro, se convierten en las herramientas necesarias para llevar a cabo su trabajo.
Al norte de la ciudad, bajo las ramas de unos arbustos y en un pequeño techado fabricado con dos hojas de zinc para que la lluvia no lo moje encontramos a Pedro Imasué Pincay, un vendedor de refrescos que calma la sed sin la necesidad de tener un triciclo ni un puesto.
“Mi jornada inicia a las 04:00”, dice Pedro. En lo que canta un gallo se levanta para alistar todo: comprar las maquetas de hielo y los pasteles de carne que también expende. Entre otras cosas ofrece a sus usuarios vasos, fundas y galletas de coco.
Sus esencias de tamarindo, piña, fresa, cola y crema para los frescos son preparadas por su hermano José Reyes Pincay, quien también es refresquero, y tiene su puesto en otro punto de la urbe.
"Este trabajo viene desde hace muchos años porque nuestros padres nos enseñaron", expresa José.
Una vez listo todo y mientras amanece, Pedro se retira de su hogar en el que habita junto a sus hermanos y sobrinos, pues es soltero.
A eso de las 07:00 llega al sitio. Un improvisado local que está bajo la sombra de los árboles, en las afueras de las bodegas de una fábrica. Los empleados de allí son sus primeros y fieles clientes, como él lo comenta, pues no teme darles fiado ya que apenas llega la quincena y el fin de mes recupera su ganancia.
Es de mañana y todos quienes transitan por ese lugar tienen ganas de desayunar y qué mejor que deleitarse con un pastel y un fresco comentan sus clientes.
Uno a uno van llegando de a montón y enseguida Pedro pone su raspahielo sobre una tabla agarrada a unas rejas con dos piolas de yute.
Raspa y raspa hasta obtener el hielo necesario. Lo mete en una funda y enseguida destapa una de las esencias que están en las botellas ubicadas encima del muro que sostiene las rejas del lugar.
Uno de sus clientes pide un refresco de fresa. Bien frío y preparado a su modo lo entrega, sin dejar de preguntarle si desea algo más. “Son muy buenos los refrescos, además son muchos los años que don Pedro nos ha ofrecido unos ricos pasteles”, dice José Tomalá, quien frecuenta el sitio.
Enseguida otro ciudadano pide un fresco de piña. Este en cambio es puesto en un vaso de plástico, a un lado del hielo, en medio de las rejas en forma de hilera, que facilita la rapidez de despacho a sus clientes.
Una vez entregado el refresco, el desconocido pide un pastel. La funda llena de esos bocadillos cuelga de un gancho de fierro que está sobre un cordel agarrado sobre las rejas. Saca uno y mientras prepara otro refresco, su cliente le pone limón y ají, productos que también están ubicados en medio de las rejas.
"Don Pedro nos quita la sed día a día, es muy amigo de nosotros", comenta Javier Cedeño.
Otro cliente fijo es Luis Huacón quien agrega: "Los refrescos de don Pedro son muy buenos y la atención es de primera. Además el los prepara con mucha higiene".
Esas rejas son su lugar de trabajo desde hace 36 años y es en este sitio donde atiende a su clientela.
Su negocio arrancó con la venta de morocho y agua de coco, pero aquello con el tiempo fue cambiando con el arreglo de las calles. “Antes aquí se encontraba la estación de un bus y era buena la clientela, pero todo se fue quedando atrás”, comenta Pedro.
La mañana va pasando. Todos se dirigen a sus trabajos y Pedro sigue raspando el hielo para preparar más refrescos. Esos, en cambio son vendidos en su pequeño recorrido.
Por donde se ubica no hay muchos restaurantes ni tiendas donde comprar víveres, frescos o comida, sostiene Carmen Cedeño, clienta. Es por ello que, Pedro, hace un recorrido para aprovechar y toparse con sus clientes. Cruza la calle, al frente lo esperan algunos de sus consumidores. Él le avisa a cada uno que dentro de sus fundas carga frescos y pasteles, ha salido con más de 5 frescos y a no más de 10 minutos regresa a su puesto sin nada.
Ha vendido todo y así es su rutina diaria. Este actividad la realiza entre 2 o 3 veces al día recorriendo las otras industrias que hay a su alrededor.
Aproximadamente a las 14:00 termina su labor en las bodegas, pues tiene que dirigirse a otro lugar.
Él no deja de agradecerles a los encargados del por haberle permitido trabajar, ya que en ocasiones ha sido perseguido por los policías metropolitanos. “Ellos no dejan trabajar tranquilo y ganarse la vida honradamente”, manifiesta.

Ya a esa hora le toca ir a su segundo lugar de trabajo, en las afueras de una casa comercial de vehículos. Allí lo espera otro grupo de clientes, hasta las 19:00, cuando debe dirigirse a su hogar para descansar y prepararse para otro día más de refrescos entre las rejas.



Por: Cinthia Herrera

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