viernes, 6 de diciembre de 2013

El carbonero del viejo Guayaquil

A diario recorre las calles del suburbio de la urbe porteña
para distribuir carbón en los asaderos.
Juan José Criollo junto a un asno, que hala la carreta, se niega a dejar este viejo oficio.
                            
Un burro tira la carreta y, mientras se oye el rústico sonar de pisadas sobre el asfalto y golpeteos de una vieja y renegrida campana, aparece un personaje de manos marcadas por el hollín del carbón de madera.  Su imagen recuerda a los viejos carboneros que, con el curso de los años, han desaparecido de las calles del Guayaquil que está al otro lado de la regeneración.

Se trata de Juan José Criollo, quien afirma que pocos son los carboneros que ahora recorren el suburbio para ofrecer su producto en restaurantes y asaderos de pollo y carne o tripa asada.

Según le comentan los comensales, a la hora de cocinar o de asar, le da un mejor sabor a la comida. “El sabor que da la leña y el carbón es diferente. Las comidas preparadas al carbón son más ricas y gustosas”, señala Julieta Ugarte, comensal de un restaurante.

Su hermano y su padre también fueron carboneros ambulantes. Asegura que a los 18 años empezó a recorrer la ciudad. Con humildad, Juan José manifiesta que su jornada diaria empieza a las 07:00 en el populoso sector de las calles 25 y Portete, (suburbio Oeste de Guayaquil). Desde la 9na y la D, lugar donde habita, se dirige al depósito, de donde saca el carbón embodegado y posterior a ello inicia su recorrido en la zona que desde hace décadas entrega su producto.

Agrega que actualmente, como las ventas son escasas, solo compra dos sacos cada día, ambos de calidad diferente, y luego los mezcla. El del mejor carbón cuesta $ 12 y está hecho con madera resistente, generalmente de la parroquia Progreso, y sectores aledaños. El otro, de menor calidad, llega de Naranjal, elaborado con madera menos resistente y cuesta $ 8 la saca, pero ambos sirven para el asado. Antes compraba hasta 8 sacos ya que recalca que la venta era muy buena.

En el trayecto detiene su marcha en cada cuadra, suena el fierro hueco y espera que la gente se acerque a comprarle: unos con tachos y otros con fundas plásticas o de yute.
“A ellos los llamo con mi campana -hecha con el tambor de un aro de automotor- y vienen a mí”, señala el viejo carbonero.

Una de sus clientas se acerca y eufóricamente expresa que Juan José, conocido también como ‘carboncito’, es su proveedor más importante, puesto que tiene un negocio de asados.
“’Carboncito’ es muy importante para mi negocio. Lo conozco desde hace muchos años y casi nos vemos a diario. Su trabajo es bien forzado para me da gusto verlo trabajar día a día sin rendirse”, enfatiza Marina Gómez.

‘Fujimori’ hala el viejo carretón

Juan José, comenta que llama a su burro, 'Fujimorí', este lo acompaña desde hace 8 años, y lo llama así porque siempre le gustó aquel nombre, así mismo asegura que la apariencia china que el animal tiene, le recuerda al ex presidente de Perú. “Él es como mi mejor amigo, me acompaña todos los días”, dice.
Uno de sus clientes, Julio Fiallos Gómez, comenta una anécdota que tuvo con ‘carboncito’. “Estábamos un día comprándole el carbón cuando de repente su burro, ‘Fujimori’, se asustó y hechó a correr, yo tuve que salir tras de este corriendo. Don Juan me agradeció mucho porque él quiere mucho a su burro. Después de todo nos terminamos riendo de lo sucedido”, asevera.
Juan José agrega “antes nunca tuve un burro o mula, ya que era muy caro darles de comer; ahora tengo a ‘Fujimori’, afirma.

Su familia, lo más preciado

‘Carboncito’ expresa que nunca pensó ser carbonero pero que con su trabajo ha dado educación y comida a sus hijos, quienes hoy en día ya son profesionales.
Marina Criollo, hija, asegura que está muy orgullosa de su padre, puesto que gracias a su trabajo ha recibido una buena educación. “Mi padre ha sido todo para mi, gracias a él ahora tengo un buen trabajo porque tengo un título universitario, gracias a su esfuerzo”.
Del mismo modo, Carlos Criollo, su hijo menor, quien cursa el segundo año de bachillerato dice: “Mi padre ha sido todo para nosotros, porque siempre ha pensado en sacarnos adelante y en darnos lo mejor día a día”.

Juan José asegura que su familia es lo más preciado que tiene y  que trabajará en el viejo oficio hasta cuando pueda. Recalca que es uno de los pocos en el moderno Guayaquil. Justamente la exclusividad que goza en el oficio es la que cada día le da más fuerza para seguir con su viejo burro por las amplias avenidas del suburbio.


En su fatigoso recorrido aparece una más de sus clientas, Mariana Mendoza, quien atiende su local  de venta de caldo de salchicha. “Me gusta preparar las comidas al carbón por el sabor que les da a los alimentos, por eso cada día le compro a don Criollo”, expresa la mujer emprendedora.

Una de su consumidora, Olga Mantilla, recuerda que hace algunas décadas no existían las cocinas a queroseno, a gas y peor las eléctricas, y que se cocinaba en fogón con carbón de madera, especialmente de algarrobo, cascol, guayacán y hasta de árboles de tamarindo.

Junto a su ‘Fujimori’, Criollo dice que ya a las 17:00 regresa a la bodega a cargar la carretilla para trabajar a la mañana siguiente. Después de un baño que lo despoja del tizne, se dirige impecable a casa, donde lo esperan su esposa y dos hijos.




Por: Cinthia Herrera

1 comentario:

  1. Buen día, tienen una foto de la época en que las carretas y carretillas de madera tenían placa de identificación otorgada por la autoridad de tránsito (CTE)? Gracias anticipadas. Saludos

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