A diario recorre las calles del suburbio de la urbe porteña para distribuir carbón en los asaderos. |
Juan José
Criollo junto a un asno, que hala la carreta, se niega a dejar este viejo
oficio.
Un burro tira
la carreta y, mientras se oye el rústico sonar de pisadas sobre el asfalto y
golpeteos de una vieja y renegrida campana, aparece un personaje de manos
marcadas por el hollín del carbón de madera. Su imagen recuerda a los viejos carboneros
que, con el curso de los años, han desaparecido de las calles del Guayaquil que
está al otro lado de la regeneración.
Se trata de Juan
José Criollo, quien afirma que pocos son los carboneros que ahora recorren el
suburbio para ofrecer su producto en restaurantes y asaderos de pollo y carne o tripa asada.
Según le
comentan los comensales, a la hora de cocinar o de asar, le da un mejor sabor a
la comida. “El sabor que da la leña y el carbón es diferente. Las comidas preparadas
al carbón son más ricas y gustosas”, señala Julieta Ugarte, comensal de un
restaurante.
Su hermano y su
padre también fueron carboneros ambulantes. Asegura que a los 18 años empezó a
recorrer la ciudad. Con humildad, Juan José manifiesta que su jornada diaria
empieza a las 07:00 en el populoso sector de las calles 25 y Portete, (suburbio
Oeste de Guayaquil). Desde la 9na y la D, lugar donde habita, se dirige al
depósito, de donde saca el carbón embodegado y posterior a ello inicia su
recorrido en la zona que desde hace décadas entrega su producto.
Agrega que
actualmente, como las ventas son escasas, solo compra dos sacos cada día, ambos
de calidad diferente, y luego los mezcla. El del mejor carbón cuesta $ 12 y
está hecho con madera resistente, generalmente de la parroquia Progreso, y
sectores aledaños. El otro, de menor calidad, llega de Naranjal, elaborado con
madera menos resistente y cuesta $ 8 la saca, pero ambos sirven para el asado. Antes compraba hasta 8 sacos ya que recalca que la venta era muy buena.
En el trayecto
detiene su marcha en cada cuadra, suena el fierro hueco y espera que la gente
se acerque a comprarle: unos con tachos y otros con fundas plásticas o de yute.
“A ellos los
llamo con mi campana -hecha con el tambor de un aro de automotor- y vienen a
mí”, señala el viejo carbonero.
Una de sus
clientas se acerca y eufóricamente expresa que Juan José, conocido también como
‘carboncito’, es su proveedor más importante, puesto que tiene un negocio de
asados.
“’Carboncito’
es muy importante para mi negocio. Lo conozco desde hace muchos años y casi nos
vemos a diario. Su trabajo es bien forzado para me da gusto verlo trabajar día
a día sin rendirse”, enfatiza Marina Gómez.
‘Fujimori’ hala el viejo carretón
Juan José, comenta
que llama a su burro, 'Fujimorí', este lo acompaña desde hace 8 años, y lo
llama así porque siempre le gustó aquel nombre, así mismo asegura que la apariencia
china que el animal tiene, le recuerda al ex presidente de Perú. “Él es como mi
mejor amigo, me acompaña todos los días”, dice.
Uno de sus
clientes, Julio Fiallos Gómez, comenta una anécdota que tuvo con ‘carboncito’.
“Estábamos un día comprándole el carbón cuando de repente su burro, ‘Fujimori’,
se asustó y hechó a correr, yo tuve que salir tras de este corriendo. Don Juan
me agradeció mucho porque él quiere mucho a su burro. Después de todo nos
terminamos riendo de lo sucedido”, asevera.
Juan José
agrega “antes nunca tuve un burro o mula, ya que era muy caro darles de comer;
ahora tengo a ‘Fujimori’, afirma.
Su familia, lo más preciado
‘Carboncito’
expresa que nunca pensó ser carbonero pero que con su trabajo ha dado educación
y comida a sus hijos, quienes hoy en día ya son profesionales.
Marina Criollo,
hija, asegura que está muy orgullosa de su padre, puesto que gracias a su
trabajo ha recibido una buena educación. “Mi padre ha sido todo para mi,
gracias a él ahora tengo un buen trabajo porque tengo un título universitario,
gracias a su esfuerzo”.
Del mismo modo,
Carlos Criollo, su hijo menor, quien cursa el segundo año de bachillerato dice:
“Mi padre ha sido todo para nosotros, porque siempre ha pensado en sacarnos
adelante y en darnos lo mejor día a día”.
Juan José
asegura que su familia es lo más preciado que tiene y que trabajará en el viejo oficio hasta cuando
pueda. Recalca que es uno de los pocos en el moderno Guayaquil. Justamente la
exclusividad que goza en el oficio es la que cada día le da más fuerza para
seguir con su viejo burro por las amplias avenidas del suburbio.
En su
fatigoso recorrido aparece una más de sus clientas, Mariana Mendoza, quien
atiende su local de venta de caldo de
salchicha. “Me gusta preparar las comidas al carbón por el sabor que les da a
los alimentos, por eso cada día le compro a don Criollo”, expresa la mujer
emprendedora.
Una de su consumidora, Olga Mantilla, recuerda que hace algunas décadas no existían
las cocinas a queroseno, a gas y peor las eléctricas, y que se cocinaba en
fogón con carbón de madera, especialmente de algarrobo, cascol, guayacán y
hasta de árboles de tamarindo.
Junto a su
‘Fujimori’, Criollo dice que ya a las 17:00 regresa a la bodega a cargar la
carretilla para trabajar a la mañana siguiente. Después de un baño que lo
despoja del tizne, se dirige impecable a casa, donde lo esperan su esposa y dos
hijos.
Por: Cinthia Herrera
Buen día, tienen una foto de la época en que las carretas y carretillas de madera tenían placa de identificación otorgada por la autoridad de tránsito (CTE)? Gracias anticipadas. Saludos
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